No sabemos cuándo ni cómo terminará todo esto
Por Carina Onorato Bulat y Laura Calle Rodríguez
De repente nuestra vida cambió. De un día para otro, todo se
volvió incertidumbre, especulación, encierro. Nos enfrentamos de golpe a
nuestra propia vulnerabilidad. No encontramos las razones, desconocemos las
consecuencias y buscamos desesperadamente al culpable. Es decir, nos
convertimos -de un momento a otro- en caldo de cultivo ideal para las fake
news.
El tiempo que antes utilizábamos en nuestra vida normal: ir
a trabajar, llevar a los chicos al colegio, practicar algún deporte, participar
de alguna ONG, mantener nuestro estilo de vida, hoy lo debemos pasar en casa.
Hoy debemos aprender a trabajar remoto, a no dar más abrazos, ni interactuar
con las personas cara a cara. Debemos saber que un enemigo invisible -cuyo
comportamiento no comprendemos- está ahí afuera, esperando por nosotros para
multiplicarse.
Así, los aparatos que tenemos en nuestros hogares se
convierten en extensiones de nuestro propio cuerpo: no podemos despegarnos del
teléfono, la computadora, el televisor. Necesitamos saber. Qué novedades hay,
se encontró alguna solución, hay cuidados adicionales que debemos tener, nos
estarán diciendo toda la verdad, y un sinfín de cuestionamientos adicionales
cuyas respuestas no se hacen esperar, aunque siempre de la peor manera: las
fake news. Se trata de noticias aparentemente periodísticas u oficiales, cuyo
contenido es falso y están motivadas por la intencionalidad del engaño.
Abrir el WhatsApp cada mañana nos plantea un doble desafío:
por un lado, identificar cuáles noticias son reales y, por el otro, no dejarnos
llevar por la inquietud y la angustia de las que no lo son. Parece una tarea
titánica, sobre todo cuando nos encontramos con mensajes que pretenden
protegernos, de personas que nos quieren, pero reproducen cosas tales como
“para evitar el contagio debés: tomar sol cinco minutos por día; ingerir mucho
líquido, pero caliente; hacer gárgaras con vinagre, sal, limón y agua tibia”.
La tecnología actual -más el excedente de tiempo disponible por no poder salir
de casa- nos pone por demás creativos y solidarios. Así, tenemos abarrotado el
teléfono de audios, videos, informes, flyers que nos advierten la gravedad de
la situación y nos aconsejan -en nombre de la ciencia- desde la necesidad de no
usar maquillaje hasta la última receta para fabricar alcohol en gel. Nos
cuentan sobre el plan maquiavélico de cuatro o seis superpoderosos para diezmar
a la humanidad, para comprar las acciones que se destruyeron en una economía
globalizada y volverse así más poderosos, para vendernos vacunas que no
necesitamos y otro montón de acciones propias de una película de terror de bajo
presupuesto. Consumimos eso. No podemos evitarlo. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si en
realidad es momento de dejar cierto escepticismo de lado para empezar a creer
lo que nos llega por diversos medios? Ante la duda, el instinto nos hace
compartir en nuestras redes o reenviar a nuestros contactos una cantidad enorme
de información basura. De pronto, somos funcionales a la generación de un
estado de incertidumbre cada vez más dañino para nuestra salud mental.
El problema es la sobreoferta de información. Ya no sabemos
si el virus dura diez minutos en una superficie o 48 horas. Si al volver de
hacer las compras debemos quemar la ropa utilizada o simplemente lavarnos las
manos. Si podemos abrazar a nuestros hijos que están encerrados junto a
nosotros o los estamos poniendo en riesgo. No sabemos cuándo ni cómo terminará
todo esto. Ante tanta confusión, es necesario no perder el eje y recurrir solo
a fuentes oficiales. De lo contrario suceden cosas como el desabastecimiento en
los supermercados, la desesperada búsqueda de alcohol en gel por el que se
termina pagando fortunas o la imposibilidad de que quienes de verdad lo
necesitan no encuentren barbijos porque alguien decidió llevarse todo el stock
y no pensar en el otro.
Aunque se trate de personas que respetamos, chequeemos
cuando nos envían una supuesta convocatoria a profesionales de la salud por
parte del Gobierno de la Ciudad a través de WhatsApp. Esa convocatoria no
aparece en la propia página del gobierno porteño. Necesitamos tomar real
dimensión del daño que podemos causar. No somos todos bomberos cuando hay un
incendio que no se logra apagar, del mismo modo que no somos médicos o
especialistas en este tema para enviar consejos que llegan de terceros para
sembrar aún más caos.
Estamos enfrentando esta pandemia que viene llevándose
numerosas vidas en el mundo y no sabemos en qué creer. Por eso, es el momento
de volver a las fuentes; es cuando no debemos desesperar, pero sí ocuparnos del
tema y recurrir a sitios como la Organización Mundial de la Salud, el
Ministerio de Salud o la página oficial de Presidencia de la Nación. Debemos
depositar nuestra confianza en las instituciones que son las responsables de
tomar las medidas que nos cuidan a todos.
Esta es la vida. Esta es la realidad que nos toca y seríamos
demasiado imprudentes si opináramos con liviandad. Este no es un partido de
fútbol en el cual somos todos directores técnicos y podemos opinar. Para salir
lo menos perjudicados posible necesitamos tomar verdadera conciencia y dejar de
reenviar datos que no proceden de fuentes oficiales. No es momento de estar
ávidos por una primicia y no chequear lo que enviamos. Si no nos unimos como
sociedad ahora, tal vez perdamos la oportunidad de poder salir adelante juntos.
Más responsabilidad y menos envío de información no chequeada. Hasta ahora
sabemos que si nos quedamos en nuestras casas, nos higienizamos y nos exponemos
lo menos posible, podremos lograr algo inédito para nuestra generación: estar
unidos alguna vez. Juntos lo podemos conseguir. Solo hay que informarse por
fuentes oficiales y aunque nos lo diga nuestro amigo más brillante, no caigamos
en la tentación de replicar mensajes que solo sirven para tirar nafta a un
fuego que está en pleno proceso de expansión.